CH’I. ch. <Aire, vapor; éter; energía [o espíritu vital]; atmósfera; fuerza, temperamento>. Concepto central del taoísmo y de la medicina china. 1. En la concepción taoísta, el ch ́i es la fuerza o energía vital, el hálito o espíritu cósmico que penetra y anima a todos los seres, idéntico por lo tanto a la energía primordial (yüan-ch’i). Dentro del cuerpo humano el ch’i se acumula en el <mar del hálito> (cinabrio inferior), próximo a la zona del ombligo. Este ch’i debe ser cuidadosamente resguardado para impedir que se disperse, lo que ocasionaría la enfermedad y la muerte. El ch’i como energía vital está en el centro de los ejercicios respiratorios taoístas, cuya finalidad es vigorizarlo y acrecentarlo. Este control de ch’i puede proporcionar al adepto taoísta facultades extraordinarias, que, por ejemplo, desempeñan un papel esencial en las diversas artes marciales. También las técnicas respiratorias de meditación de la alquimia interna (nei-tan) operan con el ch’i, al cual procuran purificar y transformar.
El gran maestro de la alquimia taoísta Ko-hung, en su obra Pao-p’u-tzu, dice acerca de la importancia del ch’i: <El hombre está en el ch’i y el ch’i está dentro del hombre. El cielo y la tierra y los diez mil seres, o sea todo lo existente necesitan del ch’i para mantenerse con vida. El hombre que sabe como hacer circular su ch’i preserva su persona y expulsa los males que pudieran dañarlo>.
2. Además de esta idea del ch’i como energía cósmica, el término significa también la respiración, el aire aspirado y espirado, lo que en el taoísmo se designa el ch’i externo (wai-ch’i ).
3. En la medicina china, se entiende originariamente por ch’i la energía vital general, que circula por el cuerpo, según los llamados meridianos, regulando la formación y el crecimiento del mismo. Las enfermedades se deben a trastornos o bloqueos de esa circulación.
4. Los aspectos del ch’i como energía vital y como respiración son, sin embargo, inseparables. Además el término refiere a los aspectos emocionales y, en la concepción moderna, también a la actividad del sistema neurohormonal.
Según la concepción taoísta, el cosmos se origina del Tao, lo Uno, en cuyo seno el yin y el yang se hallan indiferenciados en el ch’i primordial (yüan- ch’i). Por la separación del yin y el yang se producen el cielo y la tierra, de cuya unión ulterior han surgido los diez mil seres (la creación entera). En un texto taoísta se dice al respecto: <Cuando el cielo y la tierra no estaban aún separados, nada había sino el indiferenciado Uno. Este Uno se dividió y surgieron el yin y el yang. Lo que recibió el yang-ch’i se elevo limpio y claro y fue al cielo. Lo que recibió el yin-ch’i bajó grave y tórbido a la profundidad y fue la tierra. Y lo que en modo justo y equilibrado recibió tanto el yin-ch’i como el yang-ch’i, fue el hombre>.
Como el hombre, también el cielo y la tierra respiran. Como el hombre, el hálito es puro en la inspiración, impurificado en la espiración. Por eso el día se divide en dos secciones: el tiempo de ch’i viviente, mientras cielo y tierra inspiran, entre medianoche y mediodía; y el tiempo del ch’i muerto, entre mediodía y medianoche, en que el cielo y la tierra espiran. Sólo durante el período del ch’i viviente pueden ejecutarse los ejercicios respiratorios taoístas, pues sólo entonces puede el ser humano absorber energía positiva.
Fuente: Diccionario de la sabiduría oriental, Paidos.
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