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CH ́ANG-SHENG PU-SZU: VIDA PERDURABLE SIN MUERTE

CH ́ANG-SHENG PU-SZU. <Vía perdurable sin muerte>. Inmortalidad; el objetivo de las diversas prácticas taoístas. El concepto de inmortalidad puede entenderse de dos maneras: Como corporal y como espiritual.

La idea de la inmortalidad corporal está desde los comienzos del taoísmo y es la meta de la mayoría de las orientaciones del taoísmo religioso (Tao-chiao). Los adherentes a la escuela alquímica del <elixir externo> (wai-tan), por ejemplo procuraban alcanzar la inmortalidad (hsien) mediante la ingestión de diversas drogas prolongadoras de vida. Otras prácticas para obtener la inmortalidad corporal son: la abstención de cereales, diversos ejercicios respiratorios, ciertas gimnasias, así como la meditación y ciertas prácticas sexuales. El que alcanza la inmortalidad corporal asciende en pleno día a los cielos (fei-sheng) o muere sólo en apariencia: si se abre el ataúd, se lo encuentra vacío (shih-chieh).

La inmortalidad espiritual, o sea la iluminación y la unificación con el principio supremo (Tao), estado que trasciende la vida y la muerte e implica la unión del yin y el yang, es la meta del taoísmo filosófico (Tao chia). También los adherentes a la escuela del <elixir interno> (nei-tan) procuran la inmortalidad espiritual. Esta implica, además de la liberación respecto a la vida y la muerte, la liberación del espacio y el tiempo, y de la diferenciación sexual; por eso los inmortales se representan con figuras a veces masculinas, a veces femeninas. En la plástica de inspiración taoísta la inmortalidad se alude por medio de diversos símbolos: la grulla, el báculo nudoso, el pino, el melocotón, el hongo de inmortalidad, la divinidad particular, etc.

A menudo es difícil decidir qué clase de inmortalidad se persigue, pues muchos textos utilizan formas de expresión esotéricas, que permiten interpretaciones en ambos sentidos. Incluso pasajes textuales del taoísmo filosófico, como los de Chuang-tse y Lieh-tse, pueden entenderse como referencias a la inmortalidad corporal: Descripciones de lugares como el K’un-lun o las <islas de los inmortales> que se dan por morada de los que han alcanzado la inmortalidad, son interpretables tanto de modo concreto como abstracto. Ch’in Shih Huang-ti, el primer emperador, por ejemplo, puso todo su empeño en descubrir las misteriosas islas de los inmortales y en poseer el elixir de la inmortalidad, para lo cual organizó expediciones, aunque infructuosas. Otros ven en tales descripciones travesías espirituales por la interioridad del ser humano. Dicha ambigüedad se da en mayor medida en los textos alquímicos. Representantes de la escuela del <elixir interno> se valen del lenguaje de la alquimia del <elixir externo>, para dar apoyo concreto a la descripción de procesos de conciencia.

En los comienzos de la alquimia china coexistían parejamente los métodos internos y externos de alcanzar la inmortalidad. En el siglo VI d.C. se registra un cambio patente: La inmortalidad tiende crecientemente a concebirse en sentido espiritual; en lugar de preparar el elixir con oro, cinabrio y otras sustancias químicas, los alquimistas se ocupan exclusivamente del desarrollo del oro interno, de la “flor de oro”, del <embrión sagrado> (Sheng-t’ai).

En el siglo XIII, los métodos del <elixir externo> pasaron completamente a segundo plano, aunque siguió utilizándose su terminología. Los representantes del nei-tan despreciaban a todos aquellos que pretendían lograr la inmortalidad por medio de trasmutaciones químicas. También el influjo del budismo, en especial el zen, contribuyó decisivamente a la interiorización de la búsqueda de la inmortalidad. Los antiguos textos alquímicos fueron entonces interpretados constantemente según la doctrina del <elixir interno>.

Los factores esenciales en la búsqueda de la inmortalidad son las técnicas sexuales, que se practicaron abiertamente en muchas escuelas del taoísmo religioso de los siglos II a VII, pero que quedaron reservadas al ámbito privado, debido a la presión de la moral confusiana. Estas mismas técnicas están también, a me- nudo, en los orígenes de las prácticas taoístas de meditación.

Fuente: Diccionario de la Sabiduría Oriental, Paidos.

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