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La rica mística cristiana puede considerarse una forma de ascetismo contemplativo platónico enriquecido con actividades devocionales y a veces litúrgicas. En su riqueza histórica, el misticismo cristiano abarca toda la fenomenología mística posible, poniendo sin embargo el acento en el éxtasis más bien que en la introspección. La experiencia mística tiende a la unión con Dios olvidándose totalmente del cuerpo y del mundo. Fue Orígenes el primero que presentó el marco interpretativo de una experiencia de ese estilo, pero ésta terminará impregnándose de neoplatonismo, sin perder no obstante la dimensión característica del amor que la distingue del neoplatonismo.

El autor desconocido, discípulo del neoplatónico ateniense Proclo (410- 485), que escribe con el nombre de Dionisio el Areopagita (y por ello conocido como Pseudo Dionisio Areopagita), discípulo del apóstol Pablo, inaugura una forma de misticismo que, por su insistencia en el carácter incognoscible de Dios (teología negativa o apofática), instaura toda una tradición que, sin dejar de ser extática, se asemeja igualmente a la <mística del vacío> presente en el budismo. El estado de fana en el sufismo, el Dios del maestro Eckart (1260-1327), de Jan Van Ruysbroeck (1293-1381) y de Juan Taulero (1300-1361), la Noche Oscura, del carmelita Juan de la Cruz (1542-1591), discípulo de la gran mística extática Teresa de Avila (1515-1582), la perplejidad del protestante Silesio Jacob Bohme (1575-1623) ante el carácter insondable de Dios Padre, todo ello muestra la actitud teológica negativa, cultivada también magníficamente en la especulación de los grandes pensadores nominalistas de los siglos XII-XIV.

En todo caso, como muy bien ha observado Michel Meslin (L’experience humaine du divin, 1988), no es posible separar el <misticismo del amor> del <misticismo del vacío>, que en ocasiones sólo aparece como una etapa (el desierto, la noche) del camino que tiene que recorrer el místico. Aquí es donde interviene el <misticismo especulativo>, que enumera los estadios de la experiencia mística. Su modelo es el mismo Pseudo Dionisio el Areopagita; su tradición se propaga de Oriente a Occidente, de Juan Clímaco (Muerto 650), autor de La Escala (klimax) del Paraíso, el cual propone una jerarquía de la experiencia mística en treinta etapas, hasta el franciscano Buenaventura de Bagnoregio (1221-1274), autor del Itinerarium mentis in Deum.

Si toda mística del amor es, según la famosa expresión de Tomas de Kempis (1379-1471), una <imitación de Cristo>, es indispensable subrayar la existencia de una modalidad de la experiencia mística que es femenina por excelencia; la podríamos llamar <mística de la eucaristía>. No se trata de una simple variante del misticismo femenino del amor, extraordinariamente representado por la benedictina Juliana de Norwick (1342-1416), las carmelitas Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux (1873-1879) y muchas otras. Por otra parte, sería de hecho un tanto simplificador clasificar a todas las mujeres místicas bajo la rúbrica del <misticismo del amor>; una visionaria como Hildegarda de Bingen (1098-1179) explora todas las modalidades del misticismo.

(…) Si en Occidente el misticismo evoluciona en cuatro direcciones que se interpenetran sin demarcación categórica (teología negativa o mística del vacío, mística del amor, mística especulativa y eucarística), en Oriente asume un carácter más técnico con el hesicasmo, fundado por Gregorio Palamás (1296-1359), que evoluciona en el sentido de los ejercicios de visualización, respiración y meditación (plegaria del corazón u oración de Jesús) que nos recuerda el yoga y ciertos métodos del sufismo. Practicado por monjes de los monasterios de Athos, el hesicasmo se propagó en todo el mundo ortodoxo, especialmente en Rusia, a través de los escritos recogidos a finales del siglo XVIII con el título de Filocalia. La institución típicamente rusa del starets, guru y al mismo tiempo morabito ortodoxo, es una interpretación local del hesicasmo. Otra forma del hesicasmo ruso, más cercana al original y elaborada con vistas a las masas en los establecimientos del startsismo, es la plegaria -u oración- permanente, que consiste en repetir mentalmente, como un mantra, el nombre de Jesucristo” (Diccionario de las religiones, Paidós).

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